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22 oct 2009

LA CRIANZA DE UN NIÑO

Si queremos que nuestro hijo llegue a ser el propio protagonista de su educación, y que cada vez tenga más iniciativa y libertad, es imprescindible que primero lo eduquemos de tal forma, que adquiera todos los elementos indispensables para el ejercicio de dicha libertad e iniciativa.
Uno de esos elementos es, un cierto grado de desarrollo psicológico, el mismo que no se alcanza de manera espontánea o predeterminada por fuerzas internas u ocultas, sino por la acción de la educación que día a día los padres deben brindar, lo que implica, presentar modelos adecuados que el niño deberá imitar, además de normas y límites sociales claros, dentro de los cuales desarrollará su cotidiana actividad.
El niño debe aprender a convivir y para ello es necesario que conozca y respete ciertos límites.
No basta con que los sienta como una disciplina impuesta, debe de entender que las normas son indispensables para la convivencia y que se basan en el respeto mutuo.
Perder el control, frente a las travesuras o llantos, no sirve. Hay que recordar que lo más significativo para el aprendizaje de los niños es el modelo de sus padres.
La función principal de los estímulos y sanciones es entregar al niño información que le permita aprender qué actos son adecuados, cuáles no y qué consecuencias tendrá por ellos.
Para que los niños aprendan las normas, deben conocerlas y saber por qué existen. Es preferible decirle a un niño cuánto ha progresado en relación a algo, que criticarlo.


Los niños y las normas
No hay nada de todo lo que nos rodea, que no tenga un proceso con etapas y normas. Si tenemos esto claro, resultará más natural el establecimiento de ciertos límites que ayuden a una convivencia armónica.
Los niños pequeños pasan un periodo de egocentrismo, en el que sus deseos y derechos son lo más importante. Dar satisfacción a cada uno de estos requerimientos significa colocar reglas para que nadie se sienta afectado, y sobre todo, para que los derechos de los demás sean respetados.
Lo mejor es establecer pocas reglas, pero cada una muy justificada.
Los niños deben saber por qué se impone una norma, cuál es la sanción a la que se exponen por incumplirla y qué beneficios aporta. Sólo así se interiorizará como una prohibición válida y no como una molestia.
Nunca olvides que junto con entregar normas o deberes a los niños debes reconocerles sus derechos. Así la relación se percibirá como justa.

Las reglas de la disciplina
* La mejor disciplina es la que se aplica con afecto y permite al niño saber por qué se imponen ciertas normas.
* Es necesario que ambos padres establezcan un conjunto de normas que estimen convenientes y que permitan un mejor control de las conductas de su hijo; las mismas que deben ser asumidas y aceptadas por todos los demás miembros de la familia y personas que interactúen con él.
* Para establecer normas se debe usar un lenguaje corto, minucioso y apropiado para la edad del niño.
* Estas normas deben ser claras y ajustadas a las conductas que representan las mayores dificultades del niño.
* Del mismo modo que los padres establecen las normas, deben también establecer las sanciones acordes a la magnitud de la conducta.
* Tanto las normas como las sanciones deben ser claramente conocidas por toda la familia y en especial por el niño.


Algunos consejos útiles



Es importante que el niño viva las consecuencias de sus actos.







  • Si en alguna ocasión crees indispensable alguna sanción, es mejor la pérdida de un privilegio que el castigo físico.




  • Hazle sentir que confías en él dándole pequeñas responsabilidades.




  • Las cosas bien hechas merecen felicitaciones efusivas. Reconócele sus méritos.




  • Comunícale con anticipación lo que esperas de él. De esa manera podrá prepararse y no se sentirá frustrado.

21 oct 2009

EL FRACASO ESCOLAR

El fracaso, opuesto al éxito, implica un juicio de valor, y este valor es función de un ideal. El sujeto se construye persiguiendo las ideas que se le proponen a lo largo de su existencia. De esta manera es el producto de esas identificaciones sucesivas que forman su personalidad. Estos ideales son esencialmente los de su entorno sociocultural y los de su familia, la cual está marcada por los valores de la sociedad a la que pertenece. Si embargo, esos ideales varían de una cultura a otra, lo que se valora en ciertos medios puede ser despreciado en otros. La fuerza física, por ejemplo, la habilidad, el coraje, la combatividad, el desprecio por la muerte, pueden ser colocados muy por encima de cualquier valor intelectual.
El ideal también puede ser dictado por los valores familiares que son transmitidos de generación en generación. El sujeto se conforma o se opone a esos valores, puede intentar parecerse a ciertos personajes que los ilustran. Construye así su personalidad identificándose a personajes que admira o ama, adhiriéndose a valores que juzga estimables y que desea adquirir. Sucede que, en nuestras sociedades occidentales, el éxito, el dinero, la posesión de bienes y el poder que se desprende de todo eso, representa el punto más alto de los valores que cada uno sueña poseer.

Triunfar en la escuela, representa una forma de garantía para lograr en el futuro una buena situación, y como consecuencia gozar de la capacidad para el consumo. Significa también “ser alguien”, es decir tener un lugar imaginario, ser respetado, admirado, etc. El fracaso escolar prefigura la renuncia a todo esto, el renunciamiento al placer. Cuando se habla del porvenir de un niño en situación de fracaso escolar, muy a menudo se invoca la posibilidad de que se convierta en un vagabundo. Para muchos niños ésta es la cosa temida, angustiante, “si no trabajan en la escuela, serán unos…”. Pueden existir conflictos entre las instancias subjetivas que gobiernan a un sujeto. Tomemos el ejemplo clásico del adolescente brillante que fracasa bruscamente en sus estudios, porque se prohíbe sobrepasar a un padre que, por su parte, no ha triunfado jamás. Un conflicto entre identificaciones puede paralizar al sujeto y bloquear toda realización. Esto se ve con frecuencia en el período adolescente; en el adulto, los conflictos repelidos reaparecen en las organizaciones neuróticas.






La Demanda…

…de los padres: El niño más pequeño escucha desde muy temprano la demanda que se le hace: debe aprender, debe triunfar. Desde el jardín de infantes, algunos padres se inquietan por los rendimientos intelectuales de su hijo y por sus posibilidades de éxito, a veces quieren hacerle “saltar” el último año del jardín, ¡porque un año adelantado siempre es útil para la preparación de los concursos, más adelante! El niño comprende perfectamente que debe responder a una expectativa. El éxito es en realidad ese objeto de satisfacción que él debe procurar a sus padres, las buenas notas, los buenos comentarios, están destinados a procurarles placer. Puede responder dócilmente a esta expectativa durante un cierto tiempo pero, tarde o temprano, solo frente a una hoja en blanco o a una tarea a realizar, se verá confrontado con su propio deseo.
Más allá de esta demanda paterna, existe la presión social de la que hemos hablado, que se ejerce sobre todos y engendra una sorda angustia que el niño no logra determinar.
¿Por qué el éxito escolar ocupa un lugar tan grande en la vida de nuestros contemporáneos, niños, padres, educadores, gobernantes? ¿Cuáles proyectos, qué fantasmas recubre esta aspiración al éxito?

…del cuerpo educador: Este discurso de éxito no es mantenido solamente por los padres, los niños lo escuchan también de sus maestros, quienes por su parte también tienen un contrato que cumplir. Ellos también están sometidos a un imperativo de éxito, la clase de la que son responsables debe ser lo suficientemente eficiente como para que la mayoría de los alumnos pase al siguiente nivel académico. Entonces, los buenos resultados de los alumnos son los que hacen que los buenos maestros sean reconocidos por la superioridad jerárquica: dirección, coordinación, etc., y por los padres de los alumnos. La angustia que engendra esta competitividad, si bien se manifiesta en todos los niveles, nos parece especialmente nociva durante los primeros años de aprendizaje escolar. La inquietud vinculada al rendimiento suscita un cuestionamiento permanente sobre el niño: ¿va a pasar de grado?¿tiene la “madurez” necesaria?¿tiene todas las capacidades intelectuales que se le suponían? Los juicios que se hagan sobre él van a tener profundas consecuencias, a veces determinantes para la continuidad de su escolaridad, porque pueden modificar e incluso deteriorar en alto grado sus relaciones con el entorno. Muchas veces el niño no puede diferenciar entre un juicio de valor y el amor que se le tiene. Para él, ser un mal alumno es ser un mal niño, un mal hijo.




El Fracaso escolar como revelación del Sujeto



La característica del síntoma tiene múltiples significados; da cuenta de los diferentes estratos de la constitución del sujeto. Cuando “la pulsión de saber” está privada el deseo se queda en la puerta. De la misma manera que en un problema psicológico, el sujeto en estado de fracaso escolar pondrá toda su energía para “no saber nada”. “El síntoma del niño se encuentra en el lugar de la respuesta a lo que hay de problemático en la estructura familiar”. Esta afirmación se confirma cuando escuchamos a un niño en atención psicológica. Es cierto que el niño sigue siendo un objeto apresado en la dinámica de sus padres, es parte receptora de los fantasmas y deseos de su padre y madre. A través de los requerimientos que se le imponen toma conciencia: come, haz caca, sé bello, limpio, amable, trabajador, etc. A través de estas demandas, se plantea la cuestión de lo que el Otro desea: me pide esto pero ¿qué es lo que quiere? Si el niño se dedica únicamente a satisfacer la demanda del Otro, corre el riesgo de quedar entrampado en su “status de objeto”. Detrás de la demanda, deberá olfatear qué es lo que hay de deseo y qué es lo que hay de amor. Solamente al medir las incertidumbres y los límites del Otro podrá liberarse de su dominio y construirse como: Ser de Deseo, y así desear El Saber.
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22 oct 2009

LA CRIANZA DE UN NIÑO

Si queremos que nuestro hijo llegue a ser el propio protagonista de su educación, y que cada vez tenga más iniciativa y libertad, es imprescindible que primero lo eduquemos de tal forma, que adquiera todos los elementos indispensables para el ejercicio de dicha libertad e iniciativa.
Uno de esos elementos es, un cierto grado de desarrollo psicológico, el mismo que no se alcanza de manera espontánea o predeterminada por fuerzas internas u ocultas, sino por la acción de la educación que día a día los padres deben brindar, lo que implica, presentar modelos adecuados que el niño deberá imitar, además de normas y límites sociales claros, dentro de los cuales desarrollará su cotidiana actividad.
El niño debe aprender a convivir y para ello es necesario que conozca y respete ciertos límites.
No basta con que los sienta como una disciplina impuesta, debe de entender que las normas son indispensables para la convivencia y que se basan en el respeto mutuo.
Perder el control, frente a las travesuras o llantos, no sirve. Hay que recordar que lo más significativo para el aprendizaje de los niños es el modelo de sus padres.
La función principal de los estímulos y sanciones es entregar al niño información que le permita aprender qué actos son adecuados, cuáles no y qué consecuencias tendrá por ellos.
Para que los niños aprendan las normas, deben conocerlas y saber por qué existen. Es preferible decirle a un niño cuánto ha progresado en relación a algo, que criticarlo.


Los niños y las normas
No hay nada de todo lo que nos rodea, que no tenga un proceso con etapas y normas. Si tenemos esto claro, resultará más natural el establecimiento de ciertos límites que ayuden a una convivencia armónica.
Los niños pequeños pasan un periodo de egocentrismo, en el que sus deseos y derechos son lo más importante. Dar satisfacción a cada uno de estos requerimientos significa colocar reglas para que nadie se sienta afectado, y sobre todo, para que los derechos de los demás sean respetados.
Lo mejor es establecer pocas reglas, pero cada una muy justificada.
Los niños deben saber por qué se impone una norma, cuál es la sanción a la que se exponen por incumplirla y qué beneficios aporta. Sólo así se interiorizará como una prohibición válida y no como una molestia.
Nunca olvides que junto con entregar normas o deberes a los niños debes reconocerles sus derechos. Así la relación se percibirá como justa.

Las reglas de la disciplina
* La mejor disciplina es la que se aplica con afecto y permite al niño saber por qué se imponen ciertas normas.
* Es necesario que ambos padres establezcan un conjunto de normas que estimen convenientes y que permitan un mejor control de las conductas de su hijo; las mismas que deben ser asumidas y aceptadas por todos los demás miembros de la familia y personas que interactúen con él.
* Para establecer normas se debe usar un lenguaje corto, minucioso y apropiado para la edad del niño.
* Estas normas deben ser claras y ajustadas a las conductas que representan las mayores dificultades del niño.
* Del mismo modo que los padres establecen las normas, deben también establecer las sanciones acordes a la magnitud de la conducta.
* Tanto las normas como las sanciones deben ser claramente conocidas por toda la familia y en especial por el niño.


Algunos consejos útiles



Es importante que el niño viva las consecuencias de sus actos.







  • Si en alguna ocasión crees indispensable alguna sanción, es mejor la pérdida de un privilegio que el castigo físico.




  • Hazle sentir que confías en él dándole pequeñas responsabilidades.




  • Las cosas bien hechas merecen felicitaciones efusivas. Reconócele sus méritos.




  • Comunícale con anticipación lo que esperas de él. De esa manera podrá prepararse y no se sentirá frustrado.

21 oct 2009

EL FRACASO ESCOLAR

El fracaso, opuesto al éxito, implica un juicio de valor, y este valor es función de un ideal. El sujeto se construye persiguiendo las ideas que se le proponen a lo largo de su existencia. De esta manera es el producto de esas identificaciones sucesivas que forman su personalidad. Estos ideales son esencialmente los de su entorno sociocultural y los de su familia, la cual está marcada por los valores de la sociedad a la que pertenece. Si embargo, esos ideales varían de una cultura a otra, lo que se valora en ciertos medios puede ser despreciado en otros. La fuerza física, por ejemplo, la habilidad, el coraje, la combatividad, el desprecio por la muerte, pueden ser colocados muy por encima de cualquier valor intelectual.
El ideal también puede ser dictado por los valores familiares que son transmitidos de generación en generación. El sujeto se conforma o se opone a esos valores, puede intentar parecerse a ciertos personajes que los ilustran. Construye así su personalidad identificándose a personajes que admira o ama, adhiriéndose a valores que juzga estimables y que desea adquirir. Sucede que, en nuestras sociedades occidentales, el éxito, el dinero, la posesión de bienes y el poder que se desprende de todo eso, representa el punto más alto de los valores que cada uno sueña poseer.

Triunfar en la escuela, representa una forma de garantía para lograr en el futuro una buena situación, y como consecuencia gozar de la capacidad para el consumo. Significa también “ser alguien”, es decir tener un lugar imaginario, ser respetado, admirado, etc. El fracaso escolar prefigura la renuncia a todo esto, el renunciamiento al placer. Cuando se habla del porvenir de un niño en situación de fracaso escolar, muy a menudo se invoca la posibilidad de que se convierta en un vagabundo. Para muchos niños ésta es la cosa temida, angustiante, “si no trabajan en la escuela, serán unos…”. Pueden existir conflictos entre las instancias subjetivas que gobiernan a un sujeto. Tomemos el ejemplo clásico del adolescente brillante que fracasa bruscamente en sus estudios, porque se prohíbe sobrepasar a un padre que, por su parte, no ha triunfado jamás. Un conflicto entre identificaciones puede paralizar al sujeto y bloquear toda realización. Esto se ve con frecuencia en el período adolescente; en el adulto, los conflictos repelidos reaparecen en las organizaciones neuróticas.






La Demanda…

…de los padres: El niño más pequeño escucha desde muy temprano la demanda que se le hace: debe aprender, debe triunfar. Desde el jardín de infantes, algunos padres se inquietan por los rendimientos intelectuales de su hijo y por sus posibilidades de éxito, a veces quieren hacerle “saltar” el último año del jardín, ¡porque un año adelantado siempre es útil para la preparación de los concursos, más adelante! El niño comprende perfectamente que debe responder a una expectativa. El éxito es en realidad ese objeto de satisfacción que él debe procurar a sus padres, las buenas notas, los buenos comentarios, están destinados a procurarles placer. Puede responder dócilmente a esta expectativa durante un cierto tiempo pero, tarde o temprano, solo frente a una hoja en blanco o a una tarea a realizar, se verá confrontado con su propio deseo.
Más allá de esta demanda paterna, existe la presión social de la que hemos hablado, que se ejerce sobre todos y engendra una sorda angustia que el niño no logra determinar.
¿Por qué el éxito escolar ocupa un lugar tan grande en la vida de nuestros contemporáneos, niños, padres, educadores, gobernantes? ¿Cuáles proyectos, qué fantasmas recubre esta aspiración al éxito?

…del cuerpo educador: Este discurso de éxito no es mantenido solamente por los padres, los niños lo escuchan también de sus maestros, quienes por su parte también tienen un contrato que cumplir. Ellos también están sometidos a un imperativo de éxito, la clase de la que son responsables debe ser lo suficientemente eficiente como para que la mayoría de los alumnos pase al siguiente nivel académico. Entonces, los buenos resultados de los alumnos son los que hacen que los buenos maestros sean reconocidos por la superioridad jerárquica: dirección, coordinación, etc., y por los padres de los alumnos. La angustia que engendra esta competitividad, si bien se manifiesta en todos los niveles, nos parece especialmente nociva durante los primeros años de aprendizaje escolar. La inquietud vinculada al rendimiento suscita un cuestionamiento permanente sobre el niño: ¿va a pasar de grado?¿tiene la “madurez” necesaria?¿tiene todas las capacidades intelectuales que se le suponían? Los juicios que se hagan sobre él van a tener profundas consecuencias, a veces determinantes para la continuidad de su escolaridad, porque pueden modificar e incluso deteriorar en alto grado sus relaciones con el entorno. Muchas veces el niño no puede diferenciar entre un juicio de valor y el amor que se le tiene. Para él, ser un mal alumno es ser un mal niño, un mal hijo.




El Fracaso escolar como revelación del Sujeto



La característica del síntoma tiene múltiples significados; da cuenta de los diferentes estratos de la constitución del sujeto. Cuando “la pulsión de saber” está privada el deseo se queda en la puerta. De la misma manera que en un problema psicológico, el sujeto en estado de fracaso escolar pondrá toda su energía para “no saber nada”. “El síntoma del niño se encuentra en el lugar de la respuesta a lo que hay de problemático en la estructura familiar”. Esta afirmación se confirma cuando escuchamos a un niño en atención psicológica. Es cierto que el niño sigue siendo un objeto apresado en la dinámica de sus padres, es parte receptora de los fantasmas y deseos de su padre y madre. A través de los requerimientos que se le imponen toma conciencia: come, haz caca, sé bello, limpio, amable, trabajador, etc. A través de estas demandas, se plantea la cuestión de lo que el Otro desea: me pide esto pero ¿qué es lo que quiere? Si el niño se dedica únicamente a satisfacer la demanda del Otro, corre el riesgo de quedar entrampado en su “status de objeto”. Detrás de la demanda, deberá olfatear qué es lo que hay de deseo y qué es lo que hay de amor. Solamente al medir las incertidumbres y los límites del Otro podrá liberarse de su dominio y construirse como: Ser de Deseo, y así desear El Saber.