Quién no se ha preguntado en el transcurso de su larga o corta experiencia amorosa si en realidad amó o fue amado, pues muchas veces a posteriori y tomando distancia de las ex relaciones, una las evalúa y se da cuenta que envueltos por la ilusión amorosa se vivió como indudable amor alguna de esas relaciones o todas tal vez, pero vistas ahora no lo parecen tanto. Me anima hoy un impulso científico por querer determinar si podemos determinar sin lugar a dudas cuál de ellas fueron realmente AMOR.
Si una relación terminó, de buena o mala manera (aunque dudo que algún fin sea bueno), cuál es el criterio que debemos utilizar para juzgarla como verdadero amor, como amor irrefutable, como amor indudable. Me arriesgo a afirmar que si lo evaluamos subjetivamente encontraremos amores idílicos, románticos, perfectos, embellecidos por el dolor, por la añoranza, por la nostalgia, cuando en realidad ¡no lo son! Muy por el contrario, si evaluamos objetivamente dicha relación o relaciones encontraremos puntos de fealdad terribles, abominables monstruos dañinos, egoístas, cortapisas, angustiantes, lacerantes, endemoniados. Pues la construcción amorosa es así, somos imperfectos, actuamos desde el miedo, desde la inseguridad, desde nuestros fantasmas, y en una evaluación concienzuda notaremos que haciendo sumas y restas terminaremos, como dirían los contadores, en ROJO, en pérdida.
A qué me refiero, pues a que si tomamos una relación y contamos los actos, las MUESTRAS de amor, notaremos que de ellas hubieron pocas o al menos una cantidad menor que los juramentos, que los dichos, que las promesas. ¿Quieren saber si reciben o recibieron amor? Pues no cuenten las promesas, dejen de lado la emotividad y solo cuenten los actos, ¿quieres saber si él o ella te amó? Cuenta sus actos, ¿quieres saber si él o ella te ama? Pide actos, no dichos, no promesas…o mejor aún, ¡no pidas! Fíjate si te los da. ¿Quieres probar que amas? Dale PRUEBAS, y ya deja de decir solamente: “te amo”.